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Puedo escribir los versos más tristes esta noche;

miércoles, 23 de noviembre de 2011

La mirada de la imperfección.

La venus del espejo, Diego Velázquez.



Volvió, y lo primero que hizo fue mirarse al espejo. Era verdaderamente alucinante, años mirándose a aquel espejo, el que siempre le sacaba una sonrisa al despertarse; y ese día, en ese momento solo veía una cosa, su cara, diferente, irreconocible.  Se miró detalladamente cada porción de su cuerpecito blanco como la nieve, de abajo a arriba, poco a poco, e inconscientemente le fue apareciendo una sonrisilla de satisfacción, hasta que de improviso, llegó su cara y esa sonrisa en menos de medio segundo desapareció. Y sin poder seguir mirando el espejo, se dio media vuelta y se cayó boca arriba en la cama, con las manos en los ojos, llorando desconsoladamente. Se quedó tendida, raspada y magullada, pero intacta por fuera. Estaba demasiado débil, demasiado cansada y demasiado infeliz para moverse. Sólo conseguía pensar en la imagen del espejo. Gruesos lagrimones se formaban en sus ojos y corrían por su rostro, y tristes lamentos rasgaban el aire. Nadie la oyó, o al menos no la quiso oír. Sus gritos se convirtieron en plañidos pidiendo que alguien viniera a consolarla. Nadie acudió. Los sollozos sacudían sus hombros mientras lloraba su desesperanza. No quería ponerse en pie, no quería seguir adelante, pero ¿qué otra cosa podía hacer? ¿Quedarse allí tumbada? Cuando paró de llorar se quedó tendida boca abajo. Al sentir que le dolía la cabeza se sentó. Se puso pesadamente en pie y fue a beber un pequeño vaso de agua. Echó a andar, retirando obstinadamente los malos pensamientos que obstruían su paso a la felicidad, escapando de su imagen, que la seguía. La corriente del recuerdo, que ya estaba crecida debido a las pequeñas inundaciones del principio, había aumentado hasta más del doble de su volumen gracias a aquellas palabras que un día le hicieron sonreír. Al cabo de un cierto tiempo, aquella imagen se convirtió en un dolor sordo que le nublaba la mente. Lloraba de vez en cuando mientras seguía pensando en ella desesperadamente, sus lágrimas pintaban chorretes blancos en su rostro triste.
Parecía imposible que aquel hombre al que ella le había hecho feliz tantas veces pudiera infravalorarla tanto, aquel que pensaba que la quería la mataba con el sufrimiento; y lo peor es que no era la primera vez, ni la última, pero quizá sí la más dolorosa. Después de beber agua, volvió tranquila y pesadamente a la cama, con menos lágrimas en la cara, pero con la misma tristeza. Cuando ya quería tirarlo todo por la borda, apareció su hijo, con una gran sonrisa en su carita que se desvaneció en el momento de ver la de ella, y a un pequeño soplo que salió de su boca, se le unió un:
-¿Qué pasó?
Le explicó todo lo ocurrido, y casi sin aliento le dijo como última frase:
-…y sigo buscando debajo de los libros a ver si a alguien se la he caído la perfección.
Y así, sin más, el pequeño angelito, con esa sonrisilla del principio miró a su alrededor y con un ligero movimiento cogió un espejo, la obligó a mirarse a la vez que le decía:
-La perfección es algo imposible de conseguir, a lo que más empeño ponemos, y por lo que más desesperamos.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Algo imperceptible;

como tu sonrisa.

Y de repente todo, absolutamente todo se vuelve negro, hasta el sol. No ves más allá porque no puedes, no te permites ese lujo, ya no tienes fuerza ni ganas. Sabes que todo es una mierda y que nadie te podrá sacar de ese pozo sin fondo, en el que te caes constantemente. Y es entonces, cuando lo das todo por perdido, cuando aparecen con cautela, cualquiera de esas personas que te hicieron llorar con la verdad. La miras, y te ciegas, es el sol que te quitaron, es la felicidad que te faltaba, es el amor que olvidaste dar, es todo lo que algo pudiera llegar a ser, es la perfección en un gesto, es la melodía de esa canción pegadiza. Te sientes obligada a sonreír, sea como sea, a no pensar, porque si no piensas, si hiciéramos todo sin pensar, podría ser genial; como todos esos momentos de felicidad. Esa sonrisa viene de ellos, esa sonrisa no es tuya, y justo ahí sabes que mientras los tengas, la soledad jamás llamará a tu puerta.